Ermitas, casonas y la iglesia de la Nuestra Señora de la Asunción conforman los principales atractivos turísticos patrimoniales de Navaconcejo junto a sus «callejinas» y al río Jerte, que recorre la localidad.
Esta iglesia tiene gran importancia en la localidad. Su construcción data de mediados del siglo XVI, según el escudo del obispo Ponce de León de la sacristía, y la segunda mitad del siglo XVII, según la inscripción en la torre.
Construida en mampostería en los muros y cantería en esquinas y soportes, consta de una nave dividida en tres tramos, con arcos fajones de medio punto en el interior. Su cabecera de planta cuadrada está cubierta con bóveda de crucería. Sobre la sacristía se eleva la torre, construcción de cantería con tres cuerpos y tejadillo.
En su interior destaca el retablo del altar mayor que presenta las características barrocas de mediados del siglo XVIII, obra de los maestros retableros y entalladores de Barrado los Hermanos de la Incera Velasco.
La Ermita del Cristo del Valle es una construcción del siglo XVIII realizada con mampostería y refuerzos de cantería en las esquinas, lo que le otorga una mayor robustez y sobriedad al edificio. La preside un pórtico y está coronada por una espadaña donde aloja la campana. En su interior alberga un retablo del siglo XVIII, que acoge la imagen de Jesús Crucificado, presidiendo la capilla mayor.
Cuenta la leyenda que el Cristo del Valle iba camino de Tornavacas, pero al llegar a Navaconcejo no pudieron continuar camino porque el Cristo se negó a que los bueyes siguieran andando. Desde entonces, la imagen se encuentra en esta Ermita
Es la construcción más eminente de Navaconcejo y durante años ha servido para la producción de textil. Se trata de un edificio renacentista, de nobles y labradas piedras, que fue alzado por la generosidad de la familia Lope de la Cadena. En la parte trasera se abren grandes arcadas de medio punto sustentadas por columnas clásicas. En su interior llaman la atención las hermosas chimeneas de piedras columnarias finamente trabajadas.
En los sótanos se ubicaban los talleres para la elaboración de bayeta y paño pardo y las dependencias para el tinte. La sala de telares, en la planta superior, fue utilizada como escuela en el siglo pasado. Esta pequeña industria la explotaban los Franciscanos Descalzos del convento de Santa Cruz de Tabladilla, fundado en 1540 en el despoblado de Peñahorcada, y aquí se confeccionaban los hábitos franciscanos de la provincia de San Gabriel. Actualmente se está rehabilitando para destinarla a Casa de Cultura.
La Ermita de San Jorge es una obra de una sola nave construida en mampostería y cantera en sus esquinas, actualmente encalada. En su interior se aloja un retablo del siglo XVIII con tallas que en un tiempo albergó la imagen de Nuestra Señora de la Peña, importante imagen de comienzos del siglo XVIII, hoy desaparecida.
Se encuentra a unos 300 metros de la localidad en lo alto del cerro de San Jorge por lo que ofrece unas bonitas vistas de Navaconcejo, el río y las sierra del Valle del Jerte.
Irene S.C.
Poema en memoria de los agricultores que puede leerse junto a la estatua conmemorativa.
Cuenta la leyenda que tenían preso a un hombre, al cual no daban de comer, y éste sobrevivía a base de ser amamantado de su propia hija en cada visita que le hacía. Como no se moría, todos pensaron que sobrevivir sin comer se trataba de un milagro y lo liberaron.
La antigua Calle Real, presidida por un esbelto crucero de piedra a la entrada norte, cuenta con elevadas casas con balcones de madera atestados de macetas, flanquean la antigua calle donde contemplar algunas fachadas de cantería con dovelas artísticas.
Navaconcejo está sembrado de callejinas/túneles que conectan el río con el resto del pueblo. La vida gira en torno a este entramado que antes usaban para lavar y dar de beber a los animales y que hoy llena de encanto el centro del pueblo.
Un precioso mural que recuerda la historia de la ballena que los habitantes creyeron ver en el río Jerte y que resultó ser una albarda arrastrada por la corriente. De ahí, reciben los lugareños el apelativo de «ballenatos» que hoy llevan con orgullo.